Cualquier historia de la literatura suele tener galerías subterráneas por donde solo se internan quienes llevan en la frente la linterna polifémica de la desmesura lectora,  quienes, como confesaba Cervantes de sí mismo, leen hasta los papeles que se encuentran por la calle, y que recogen con la esperanza de hallar en ellos, como le pasó a su narrador del Quijote, la puerta de acceso a una historia extraordinaria.
Pedro Montengón (1745-1824) es un autor cuyo nombre nada les dirá a los aficionados a la literatura o a la cultura española. Eusebio es el título de una novela que menos aún les dirá a los cofrades de esa secta minoritaria que hace de la lectura de los clásicos un objetivo vital preeminente. Sin embargo, en su momento, cuando fue publicada, entre 1786 y 1788, porque se trata de una obra extensa, cuatro volúmenes, el Eusebio tuvo  una fama que, medida en número de ejemplares vendidos, 70.000, deja palidísimos a muchos libros de éxito modernos que no pasan de los 20.000, y fue considerada como el Emilio español, es decir, una novela pedagógica que podía competir con la de Rousseau en cuanto a la innovación de los métodos educativos expuestos y los fundamentos racionalistas de sus planteamientos filosóficos. Ello nos asegura que, entre la hojarasca abundante de su estructura folletinesca, podemos rescatar no pocas  ideas cuya actualidad puede incluso resultar sorprendente, dada la venerable edad de esta novela. Su autor, Pedro Montengón, fue un alicantino inducido por sus padres a ingresar en los jesuitas contra su propia voluntad, sufrió la expulsión de  España de la orden, si bien, en su condición de novicio, protestó por el hecho de que hubiera sido considerado un miembro de la orden y se le obligara a ir al exilio. Dos años después de la expulsión, abandonó la orden, no sin haber escrito algunos opúsculos en que la ridiculizaba. De su espíritu ilustrado es buena muestra el Eusebio del que aquí hablo, pero también lo es el hecho de que Carlos III le concediera una pensión para compensar, doblándosela, la que los jesuitas le retiraron tras las publicaciones en que arremetía contra antiguos compañeros de orden, sus métodos pedagógicos y su cerrazón peripatética, y ello en virtud de sus méritos literarios. Sus compañeros de orden, por su parte, promovieron ante los inquisidores que fuera declarado hereje. Lo cierto es que su novela no pasó la censura de la Inquisición y se vio obligado a publicar un Eusebio “expurgado y corregido”, tras haber sido condenada labra por la Inquisición en 1799.

Tapas duras en cuero. Corregida con permiso de la suprema inquisición. Año 1807. Parte primera. 343 pp.
Año 1807. Parte primera. 343 pp.